Desapercibidas, no ausentes: la presencia de las mujeres en el relato patrimonial de la mina El Teniente
Al igual que en otros asentamientos de industrias mineras, en sus inicios Sewell carecía de un cuerpo estable de trabajadores, debido a lo ardua e insegura que resultaba la faena, por lo que la mayoría de los mineros alternaban este trabajo con otras labores vinculadas principalmente a la agricultura, que constituyó un motor productivo importante del valle del Cachapoal. Asimismo, muchas mujeres solteras e independientes iban por cortos periodos de tiempo a trabajar a la mina “El Teniente”, en ámbitos principalmente relacionados a salud, manufactura, alimentación y labores domésticas, con el objetivo de ahorrar dinero para luego regresar a sus respectivos hogares.
Con el fin de generar una mayor estabilidad laboral y productividad, la empresa norteamericana Braden Copper Company -a cargo de la mina hasta su nacionalización en 1967- tomó una serie de medidas para incrementar la permanencia de sus trabajadores en la “ciudad de las escaleras”, siendo la principal, el fomento del matrimonio. Con familias establecidas, la compañía logró adquirir mayor permanencia y también control sobre sus trabajadores, cuyos hijos, continuarían constituyendo la fuerza de trabajo en el mismo campamento. También se impulsaron bonos para los casados con hijos, alentando no solo el matrimonio, sino que también la maternidad como opción de mayor estabilidad económica.
La compañía procuró entonces, promover la conformación e instalación de familias y vínculos convencionales, que apoyó con acciones como la de abrir colegios para dueñas de casa en que se enseñaba a cómo ser “buenas esposas”. En estos se incluía, entre otros aspectos relacionados a las tareas de hogar, aprender a “estirar” los bajos salarios de sus esposos.
A pesar de estos incentivos, el trabajo de las mujeres quedaba restringido prioritariamente al de lavanderas o tareas domésticas, con salarios aún más bajos que el de los hombres que menos ganaban al interior del campamento, cuyas labores resultaban igualmente extenuantes. Por ejemplo, las empleadas que servían las comidas y manipulaban alimentos, llegaban a trabajar hasta 16 horas corridas en una misma jornada.
Más allá de las labores precariamente remuneradas, también pesaba sobre las mujeres la mantención de la vida doméstica. Sus días comenzaban con la preparación del desayuno y los almuerzos para su esposo e hijos que iban a trabajar a la mina, continuando con otras tareas como el lavado de la ropa o sábanas a mano y la preparación de la cena. Muchas veces, además, debían complementar estas tareas con trabajos informales como vender pan o recoger madera, entre otros. Además, los espacios de encuentro social, tales como mutuales o clubes, eran espacios del que quedaban excluidas, siendo exclusivos para la participación de los hombres.
La cultura inculcada por la empresa era predominantemente católica penalizando fuertemente la infidelidad, el aborto, el abandono de hogar, el juego y el consumo de alcohol. En la década de 1930 hubo una gestión importante en materia de visibilizar la violencia doméstica a través de visitadoras sociales que frecuentaban los hogares y acogían denuncias con el objetivo de “recomponer la paz en el hogar”, un lugar en que muchas veces se imponía un sentimiento de poder de los hombres sobre el cuerpo y las vidas de sus esposas.
Si bien no hubo una red organizada de mujeres en Sewell, algunos grupos informalmente constituidos se apoyaban entre sí cuando sufrían violencia por parte de sus esposos u otro tipo de perjuicios de índole laboral o social, quienes se apoyaban mutuamente cuando les faltaba dinero, comida, calefacción o apoyo emocional.
El relato que solemos encontrar sobre el patrimonio minero nacional suele recordar únicamente la gesta y vivencia de sus trabajadores hombres, perpetuando estigmas de género que invisibilizan e incluso borran la existencia de mujeres e infancias, que sin embargo existieron, trabajando codo a codo en iguales o incluso condiciones más desfavorables que los hombres y que como en otros Sitios del Patrimonio Mundial vinculados al desarrollo minero, como es el caso de las Oficinas Salitreras Humberstone y Santa Laura, es posible resignificar a través del reconocimiento, construcción y puesta en valor de nuevos relatos y acciones que aporten en la disminución de las brechas de género que existen respecto al patrimonio cultural.
Una minería que asume desafíos en materia de género
La división El Teniente sigue activa y en la actualidad la Corporación Nacional del Cobre de Chile (Codelco), que en 2007 creó la Fundación Sewell, entidad administradora del Sitio de Patrimonio Mundial Campamento Sewell, está trabajando para reducir las brechas salariales, disminuir las barreras de acceso, aumentar la participación de mujeres en cargos directivos y promover oportunidades igualitarias en el mundo laboral, cuya meta establecida para el 2023 constituyó alcanzar un 15% de participación de mujeres dentro de la institución, generando así avances importantes a futuro en materia de conciencia y condiciones de equidad, además de eliminación de discriminación y de violencia contra las mujeres. Todo lo anterior, en el marco de la conformación de un comité especializado de Diversidad e Inclusión y la implementación de los programas denominados Aprendices y Mentoras.
Fuente: Centro Nacional de Sitios del Patrimonio Mundial; Thomas Miller Klubock: “Hombres y mujeres en el teniente la construcción de género y clase en la minería chilena del cobre, 1904-1951”; Codelco.