Clodomiro Marilicán, el Tesoro Humano Vivo de la quilineja y los bosques chilotes
Clodomiro nació en diciembre de 1941, en el sector de Llanco Bajo, comuna de Ancud, una localidad al norte de la Isla Grande de Chiloé que décadas atrás estaba cubierta por la impenetrable selva que cubría gran parte de la superficie de dicha isla.
Hijo de Alberto Marilicán y María Ánjela Lindsay, integró una familia que por generaciones cultivó la cestería en quilineja y que hizo de este arte un verdadero patrimonio de su linaje. Desde niño trabajó en tareas vinculadas a la recolección y preparación de la fibra que era usada en la fabricación de escobas y la confección de los canastos chicheros para la prensa en la maja de manzana. Fiel al legado de sus ancestros don Clodomiro solía decir: “yo no tuve escuela porque desde chico siempre anduve en el bosque ayudando a mi abuelo y después haciendo canastos. Así que esto (los conocimientos en el manejo de la quilineja) es lo único que me dejaron mis mayores y es algo que debe permanecer en la familia”.
Clodomiro era un habitante del bosque, conocedor de los secretos y misterios de un mundo vegetal en retroceso: “antes uno caminaba un poquito, iba unos un poco más allá y ya encontraba quilineja. Había bosques grandes por aquí. Ahora cada vez hay que ir más lejos, porque ya aquí no queda bosque… hay que caminar un día entero para encontrar algo y no siempre hay”. La pérdida de la selva templada significó un cambio drástico en su forma de percibir la realidad, porque con el retroceso del bosque nativo se fueron perdiendo también las especies y entidades que lo habitaban y que eran parte de su realidad cotidiana.
Con lo dicho podría pensarse que Clodomiro era un defensor acérrimo de lo tradicional. No obstante, él era un gran renovador de su saber. Sin abandonar los conocimientos y las técnicas heredadas, hizo muchas e interesantes innovaciones en el diseño de piezas. Era una persona abierta a la conversación y muy dispuesto a introducir en sus creaciones apreciaciones, ideas y sugerencias surgidas en una conversación. El escultor Luis González cuenta que “uno conversaba con él sobre su trabajo, dándole alguna idea o haciéndole alguna observación. Al tiempo uno pasaba a visitarlo y entonces él mostraba alguna nueva pieza y decía ‘esto es de lo que conversamos’, demostrando su habilidad para transformar una idea en algo concreto e innovador. Clodomiro creó muchas cosas nuevas a partir de esa capacidad que tenía y su disposición a innovar”.
La relación con González fue determinante en la difusión y valoración de los saberes de esta familia. Su trabajo como paramédico en el Hospital de Ancud lo puso en contacto con muchos campesinos que, como los Marilicán, mantenían una forma de vida y noción del mundo cimentada en una cosmovisión ancestral huilliche. Sabiendo el valor de esta realidad que sobrevivía en el área rural, González favoreció una relación entre el clan Marilicán y el Museo de Ancud, vínculo que prosperó como lazo de amistad y hermandad. De hecho, la primera colección de artesanía local de dicho museo, fue iniciada con piezas de quilineja realizadas por María Ánjela Lindsay. Más tarde, el año 2007, el Museo de Ancud publicó el catálogo de piezas en quilineja realizado por la familia y al año siguiente la colección fue incrementada con la adquisición de nuevas piezas. Fue este interés permanente el móvil que llevó al museo a patrocinar la postulación al reconocimiento Tesoros Humanos Vivos, obtenido por los hermanos Marilicán en el año 2016.
Días antes de su deceso, Clodomiro estaba colaborando en un proyecto del Instituto Forestal de Valdivia, con financiamiento de Fondo de Innovación Agraria, en torno al uso de la quilineja. Ahí alcanzó a volcar sus profundos conocimientos sobre germinación y crecimiento de planta, asunto desconocido hasta la fecha. Clodomiro fue velado en su natal Llanco Bajo y luego trasladado al cementerio de Ancud.